Después de los atracones, las salidas nocturnas, resacas, etc., pasar una mañana haciendo senderismo en familia, con un frío que pelaba, ha sido una verdadera maravilla. Y la recompensa de llegar al albergue tan calentito y comerte un plato de callos para retomar fuerzas no os la podéis ni imaginar. Estoy deseando repetir. Ale alejandroooooooooo!!!